2002
El ogro y la rosa
Esta es la historia de un ogro, feo como el mismo infierno, peludo como un oso siberiano, alto como una escalera de tres metros y de un humor apacible cuando ve a lo lejos lo que más le gusta del lugar en donde tiene que vivir; lugar que no escogió él mismo sino debido a su altura.
Para no entrar en mucho detalle, este ogro vive lejos de una casita parecida a la de la abuela de Caperucita Roja, pero que tiene a su alrededor una verja repleta de rosas de todos los colores: azules, blancas, rosadas, rojas y las más bellas, para él son las de color naranja, que a decir, verdad, cosa muy rara sucedía allí, porque nunca se daba más que una rosa anaranjada.
El ogro con sus manazas arrancaba las rosas, sus pétalos lloraban al ser despojados de su hogar. Se las llevaba a su casa y se hacía un batido de rosas, para tomarlo antes de ir a visitar a su rosa preferida y hacerse pasar por una de ellas, porque el olor en su boca después de tomarse la bebida era tan penetrante que podía hacerse pasar por una de las rosas. La rosa naranja se dejaba abrazar por el ogro porque le gustaba esa fragancia tan exquisita que despidían sus manazas, se dejaba acariciar por él y besar por él. Tan buena era la sensación que sentían ambos que cualquiera que los veía a lo lejos pensaba que estaban enamorados.
Llegó un día en que la naturaleza no perdonó a nadie… Ese día fue el día que el sol dio todo lo suyo, ardió tan fuerte que la rosa color naranja se marchitó. El ogro enamorado al verla así, marchita, se deshizo en llanto y fue tanta el agua que salió de sus ojos que inundó todo el jardín lleno de rosas. Cada una de las rosas marchitas y ahogadas fueron a parar al Mar Índigo junto con el ogro que se ahogó de tanta tristeza.