2004

El cerro

El cerro

Aquel día, Sofía se sintió triste. Tomó entre sus manos un folio en blanco y comenzó a llenarlo con garabatos que salían de su corazón. Las lágrimas se unieron a los garabatos y han formado un océano ruidoso y caudaloso, entre las lágrimas y el color del lapicero todo se convirtió en un azul cielo. Y así estuvo haciendo con miles de folios en blanco.

Al principio el agua que salía de los orificios lagrimales le caía como gotas de rocío, los folios en blanco se resistían en convertirse en azul cielo y las lágrimas comenzaron a sentir miedo en perderse junto a ellos. Sofía tiró los folios por la ventana, estos mojado y hecho pedazos se dejaron llevar por el viento. Este último pudo llevarse en sus brazos a algunos pedacitos y los otros cayeron al piso. Los que cayeron al piso fueron lamidos por gatos de la calle, barridos por la escoba del barrendero, recogidos y arrojados al camión de basura municipal.

Esos pedacitos de folios se sintieron bien porque no estaban solos, eran de la misma familia e irían a parar al mismo sitio. Terminarían en el cerro que el Municipio en donde serían sembrados con toda la basura biológica que recogían semanalmente y que queda muy cerca de donde vive Sofía.

Ella puede ver el cerro desde la ventana de la cocina de su casa y desde allí ve bailar las frases que se han ido formando desde que ellas las tiró por la ventana. Esas frases parecen pertenecerle porque fueron construidas por ella, pero ahora son libres de pertenecerse a ellas mismas. Sofía no los quiso querer reconstruir, ya no le pertenecen, sin embargo, le hacen un guiño burlón desde allá arriba.