2008

El salón de estar

El salón de estar

Mi tía abuela, Martita, como le llamábamos todos nosotros en la casa, me regaló para mi cumpleaños número ocho, un juego de tres sofás, uno con dos puestos, otro con tres y una poltrona, una mesa también, todos en tamaño miniatura. Se podía armar con ellos un salón de estar para mis muñecas de trapo, que me las había regalado, ella también, el año pasado. Yo le había comentado que les hacía falta una casa donde vivir.

Cuando recibí mi regalo ya presentía qué sería lo que estaba adentro, ya que yo siempre que mi tía venía a visitarnos le hablaba de mis muñecas y de la necesidad de darles cobijo. Así que el día de mi octavo cumpleaños esperaba con ansia a mi tía, quien vendría este fin de semana. Ella llegó y yo miraba de reojo la bolsa que llevaba en la mano, parecía que tenía adentro algo para mí, porque ella lo escondía detrás de sí.

Yo rompí el papel de regalo con alegría y curiosidad a la vez; al descubrir lo que había adentro brinqué al cuello de mi tía y la apreté tanto que casi la ahorco. Ella riendo me dijo: «Está bien, pequeña, ya sé que te gustó mi regalo, ahora anda a jugar y déjame hablar con tu mamá».

Yo toqué los muebles uno a uno, me di cuenta de la suavidad de la madera y del olor a sándalo que la impregnaba. Los cojines acolchados y con flores pequeñitas de color rojo, rosado, amarillo, combinadas todas con las hojas verdecitas. Ese día no dejé de jugar hasta caer la noche y mi madre me envió a la cama. Pasé muchos días jugando y colocando los cojines de diferentes maneras y lo mismo hacía con los muebles, cambiaba la decoración cada día, me sentía feliz y dichosa.

Con ayuda de papá hicimos una casa con una caja de zapatos, le colocamos ventanas y puertas, luego yo solita dibujé en las paredes cortinas de colores brillantes y sobre la mesa coloreé un jarrón de flores. Me gustaba mucho jugar con los muebles miniatura, la mamá era una de mis muñecas, la más viejita de todas, la de falda acampanada y trenzas en el cabello. Ella limpiaba el piso, las ventanas, arreglaba los cojines de diferentes maneras, tenía el salón en perfectas condiciones e inmaculado. Me sentía grande, jugando a ser grande con casa y muebles.

Un día que estaba de mal genio agarré mi caja de zapatos y la levanté tan bruscamente para mirar por entre las ventanas, que la mesa se cayó y se le partieron las patas. Me puse a llorar y del susto escondí todo debajo de mi cama. Al pasárseme el llanto quise arreglarlo todo y dejarlo como nuevo, pero fue imposible colocar las patas en su sitio. Comencé a llorar de nuevo y los mocos fluían libremente, me los sequé con la franela. Miré por todos lados a ver si veía a un adulto que me ayudara a reparar el daño y no había nadie cerca.

Tuve miedo de pedir ayuda a mi mamá porque ella siempre me regaña y dice que soy muy destructora, que las muñecas de trapo no me las vuelve a coser más nunca y si ahora le pregunto por los muebles, me manda al demonio. Debo buscar a mi salvador para estos casos… Mi papá. Al rato lo oigo llegar y le enseño lo que está roto, con cara de inocencia y haciendo pucheros, le pido que me ayude a pegarlo, antes que mi madre se dé cuenta, pero él dijo que no y para mí su respuesta fue como si me colocaran un cuchillo en mi garganta. Creo que ya había hablado con mamá y se habían puesto de acuerdo para no ayudarme, sino que para que yo de una vez por todas, aprenda a hacerme responsable de mis juguetes dañados.

Mi papá me dijo que yo misma debía hacerlo, que estaba cansado de repararlo todo. Salí corriendo del comedor con fatiga y opresión en mi pecho, en dirección a mi habitación. Sigo con la pataleta, lloro y lloro sin consuelo alguno. Lloro más fuerte para atraer atención de algún adulto y no lo logro. Sigo sola en mi cuarto. Entonces, busco con rabia los pedacitos de las patas de la mesa y la cola de pegar en mi mochila. Intento pegar las patas, entre el lloriqueo y los mocos, que ya me cuelgan hasta los labios, logro pegar la primera. La cola se chorrea en el piso, la limpio, se me quedan embarrados los dedos y los limpio en mi pantalón, se me queda todo pegado, doy manotazos para librarme y lo consigo.

Me quedo adormecida en el piso de mi cuarto. Al rato oigo pasos que vienen desde el pasillo, mi papá entreabre la puerta, yo me hago la dormida. Se acerca, toma la mesa reparada y se le sale una carcajada, se tapa la boca, me levanta del piso y me coloca en mi cama, me cubre con mi edredón y sale del cuarto.

A la mañana siguiente, la mesa reparada parece un erizo cuadrado con púas levantadas y agresivas. Ya entiendo la risa de mi papá.