2013

El tragaluz

El tragaluz

Era un día lluvioso y Carlitos, un niño de ocho años, parecía un lobo enjaulado en la sala de su apartamento donde vivía con su mamá y una hermanita de cuatro años. El quería ir al parque a jugar con sus amigos del barrio y su mamá no le dejaba.

Después de dos horas, la lluvia amainó y Carlitos fue corriendo donde su mamá para rogarle que le dejara salir a jugar. Ella cedió con la condición de que no se tirara por el tobogán que desde hace mucho tiempo estaba roto y oxidado, por un lado. Él, sumiso, prometió obediencia.

Al cabo de media hora, se oyeron gritos y un llanto que no podía ser sino el de Carlitos. Su mamá salió del apartamento en volandas hacia el parque que quedaba en la parte trasera del edificio. Iba como alma que lleva el diablo, al ver a su hijo llorando justo al lado del tobogán, con el pantalón rojo en la rodilla derecha. Se le disparó el detonante que le hizo explotar de furia y agarrar a su hijo por un brazo para llevarlo a una clínica. Allí, le cosieron la rodilla con seis puntos y le recomendaron mantenerla tapada, limpia y seca, hasta que en tres semanas, le quitaran los puntos. Cosa que no podría ser más que una ilusión conociendo al niño que era Carlitos, inquieto, saltarín y descuidado.

Y, por supuesto, que la herida se le infectó y hubo que llevarlo a la clínica otra vez para que se la limpiaran, de la cantidad de pus que le brotaba de ella. La mamá, furiosa por ello, lo castigó y no le dejó salir a jugar al parque durante más de dos semanas.

A Carlitos no le quedó otra alternativa sino ver a sus amigos jugando en el parque desde el tragaluz que da a la parte trasera del edificio.