2016
Paseos y angustias
Doy paseos a diario desde que me diagnosticaron una enfermedad incurable. Me quedan pocos meses de vida y me ha tocado pasear y airear mis angustias, por eso me voy a caminar a un bosque que queda cerca de casa. Mi esposa siempre me quiere acompañar por miedo a que decida quitarme la vida antes de tiempo y lo que ella no podrá entender nunca es que no lo haré, seguiré aquí y le buscaré sentido a la vida que me tocó vivir y a lo poco que me queda o me sobra.
En este tiempo quiero disfrutar de los árboles, ellos tienen una vida muy larga, siendo tan rígidos sus troncos, sus ramas tan dispares y sus hojas queriendo decirme algo y, lo que más me fascina de ellos es que viven en el mismo sitio por mucho tiempo y sin aburrirse. Yo aprenderé de ellos y me aferraré a la vida como sea.
Aquel árbol de allá es un roble, su textura se asemeja a una piel cuarteada por el tiempo, aquel otro deja sus raíces por fuera para demostrarme que puede salir de sus entrañas y lucirse porque no quiere seguir dentro de la tierra, sino tomar un poco de sol y aire fresco. Quisiera que mis brazos se extendieran tanto que abarcaran completamente todos los troncos de estos árboles mágicos. Resulta difícil de alcanzarlo, tengo los brazos cortos o los troncos son muy gruesos.
Son las cinco y media de tarde, las hojas crujen debajo de mis zapatos, el chasquido resuena en mis oídos, me volteo, no veo nada, las hojas de los árboles dan sombras y parecen personas que caminan a mi lado. Sigo mi camino, me lo sé de memoria.
Siento algo raro dentro de mi cuerpo, lo interpreto como una señal. Quiero estar atento, tengo miedo, huele a rancio, mis manos comienzan a sudar y mi corazón late muy rápido, siento como si quisiera salirse de mi boca. Reconozco el sendero, árboles que se unen unos con otros a través de sus ramas, siento una amistad de años. Algo está diferente, algunas ramas se han caído, las del eneldo que siempre parecen más altivas, hoy se ven mustias, decaídas y reconozco en el ruido que hacen cuando el viento las mueve que algo también les ha pasado a ellas. Esos ruidos que circundan este parque ya no son los mismos de hace media hora, han cambiado cada vez que yo trato de entenderlos.
Hoy noto una diferencia que no puedo sacarme de mi cabeza. Los pájaros no pían, el ruiseñor que es mi preferido no lo veo por ningún lado. Comienzo por correr, algo ha pasado, voy pisando las ramas caídas y salen ruidos de mis zapatos junto a las hojas, siento como si un oso me viniera persiguiendo, no quiero voltearme porque pierdo tiempo, el corazón se me sale de la boca, tropiezo con raíces, caigo, me levanto y mis manos quedan marcadas en el lodo, quizá si no llueve por semanas y nadie las pisa quedaran como testimonio de mi corrida.
No he querido salirme de mi recorrido rutinario. Tengo mucho miedo y ahora no sé qué hacer. Mis respiraciones cada vez son más entrecortadas, me falta aire, el bosque está tupido, no veo un claro en el cielo, todos los árboles se han unido más en amistad, parece como si hicieran una rueda en torno a mí, quiero saludarlos y decirles que soy yo, el de siempre, pero no sale ni una sola palabra de mi boca, la tengo seca. Sus risas me retumban en los oídos, los veo cercarme y yo quiero seguir mi camino. Logro esquivarlos y llego a un precipicio, que por el impulso que llevo casi no logro equilibrar. Me volteo y me paraliza lo que veo.